Incidencia del abuso sexual
Según el subregistro perteneciente a UNICEF (2022), los casos de abuso sexual reportados en el Perú entre el 2017 y 2022 ascienden a 74413 de los cuales el 92% corresponden a niñas y adolescentes mujeres, además el 8% corresponde a niños y adolescentes varones. Asimismo, el último reporte del Programa Aurora del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables (MIMP) con casos registrados hasta julio del 2024 arroja una cifra de 11198 casos de abuso sexual de los cuales el 93,6% son víctimas niñas o adolescentes mujeres y el 6,4% son víctimas niños o adolescentes varones.
¿Qué es el abuso sexual?
El abuso sexual implica toda acción sexual entre un adulto y un niño, el cual no puede dar su consentimiento, puede carecer de comprensión de lo que sucede, no está preparado para realizar conductas sexuales desde el punto de vista del desarrollo o porque estas conductas violan las leyes y normas establecidas (Murray et al., 2014).
Es así que el abuso sexual se define como toda inducción o coacción de un niño para que participe en cualquier actividad o acción sexual, también se puede considerar abuso si las actividades sexuales fueron cometidas entre niños en donde el victimario es significativamente mayor que la víctima infantil (Glaser, 2015). Este tipo de abuso abarca acciones como caricias, contacto oral-genital, violación, penetración, exhibicionismo, voyerismo, exposición pornográfica, alentar al niño a comportarse de manera sexualmente inapropiada, acoso y amenazas (Glaser, 2015; Modelli et al., 2012).
Consecuencias psicológicas del abuso sexual
El abuso sexual (AS) es una problemática que en la mayoría de las veces no se encuentra aislada, puede estar presente junto con la negligencia emocional y/o física, así como los problemas familiares tales como la disfuncionalidad, abuso de sustancias, maltratos, etc. Las consecuencias que surjan dependen del apoyo social percibido por el menor, un entorno familiar positivo en donde la víctima se sienta apoyada puede resultar en una menor cantidad de efectos adversos para la salud mental; en cambio, en el contexto planteado al inicio donde la víctima posee un ambiente desfavorable, es mucho más probable que se desarrollen efectos sobre el neurodesarrollo (Hornor, 2010).
Asimismo, Cashmore y Shackel (2014) mencionan que la manera en la que las niñas y niños responden ante esta situación estresante varía, ya que las niñas y adolescentes mujeres tienden más a presentar conductas internalizadas como depresión, ansiedad o trastornos alimentarios. Mientras que los niños y adolescentes varones son más propensos a presentar conductas externalizantes como abuso de sustancias o unirse a grupos delincuenciales.
Cashmore y Shackel (2014) señalan que las niñas tienen más probabilidades de sufrir abusos por parte de personas pertenecientes a su propia familia, a diferencia de los varones quienes tienen más probabilidad de sufrir abusos extrafamiliares. Además, las niñas tienen más probabilidades de sufrir abuso durante un periodo de tiempo más largo en comparación a los niños. Estos factores podrían explicar las diferencias que existe entre los varones y mujeres sobre cómo responden ante el AS de manera psicológica; sin embargo, es importante aclarar que la gravedad de las consecuencias entre sexos también puede verse sesgada debido a que los varones no suelen ver como AS a lo vivido o muy dificilmente revelan lo ocurrido.
El AS influye en el desarrollo de varios problemas relacionados con la conducta y la salud mental como: aparición de síntomas de falta de atención o en casos más graves pudiendo a ser un factor de riesgo para el trastorno por déficit de atención e hiperactividad; trastorno de estrés postraumático, ansiedad, aparición de conductas violentas, mayormente en niños o adolescentes varones, depresión, el abuso sexual puede no solo influir en la aparición de episodios depresivos sino también puede cambiar la presentación con la reversión de signos neurovegetativos, ideas suicidas, abuso de sustancias, los adolescentes emergen en el consumo de drogas como mecanismo de afrontamiento o escape ante el trauma, trastorno límite de personalidad, y trastorno de identidad disociativo (Hornor, 2010; Irish et al., 2010).
Las consecuencias del AS no solo repercuten en lo psicológico, sino también en la salud física. De acuerdo a lo señalado por Irish et al. (2010) las víctimas de abuso sexual tienen mayor probabilidad de presentar síntomas o trastornos gastrointestinales, dolor pélvico crónico, en el caso de las adolesentes mujeres, trastornos del dolor como dolor musculoesquelético, dolores de cabeza, dolores de espalda, fibromialgia, entre otros, y síntomas cardiopulmonares como falta de aliento, ritmo cardiaco irregular o enfermedad cardiaca isquémica.
Por otro lado, dentro de los factores psicobiológicos se encuentra la desregulación de los sistemas neuroendocrino y nervioso simpático a causa de la aparición de estrés postraumático a una temprana edad (Hornor, 2010).
Perfil y motivaciones del agresor sexual
Los rasgos de personalidad de los abusadores sexuales suelen estar asociados con la falta de remordimiento, ausencia de empatía, irresponsabilidad, impulsividad y conductas antisociales. También se identifican características relacionadas con la psicopatía, el neuroticismo y la extraversión. En particular, la falta de empatía es un rasgo común en estos individuos, ya que influye en su capacidad para adoptar la perspectiva de la víctima y en su tendencia a culparla por el abuso.
Estudios han demostrado que los abusadores sexuales que exponen a los niños a material pornográfico sin involucrarse físicamente con ellos reportan niveles más altos de empatía en comparación con aquellos que incurren en abuso mediante el contacto sexual. Además, el componente cognitivo de la empatía está vinculado con el grado de responsabilidad o culpabilidad que puedan experimentar. Por otro lado, la impulsividad, definida como la incapacidad de analizar las consecuencias de los propios actos, se ha relacionado con una mayor probabilidad de reincidencia y un mayor número de víctimas (Lim et al., 2021).
Un estudio realizado por Yesuron (2015) analizó a 44 reclusos condenados por delitos contra la integridad sexual con el objetivo de identificar similitudes en aspectos sociales, psicológicos y patológicos. Entre los hallazgos más relevantes, se encontró que el 73% de los participantes consumía alcohol con frecuencia, y el 34% presentaba un consumo excesivo. Además, el 70% no tenía antecedentes de tratamiento psiquiátrico o psicológico, lo que podría ser un factor significativo en su perfil. Respecto a las características de las víctimas, se determinó que el 88% eran mujeres, el 68% menores de edad y el 54% familiares del agresor. En cuanto al perfil psicopatológico, el 57% de los evaluados mediante el MMPI-2 presentaba rasgos psicopáticos, mientras que el 50% mostraba características o probabilidad de padecer psicosis.
Por otro lado, Sullivan y Sheehan (2016) señalan que una de las causas más comunes en los agresores sexuales es la distorsión cognitiva, la cual altera su percepción del delito y lo diferencia significativamente de la visión de su entorno. Esta distorsión no solo influye en la forma en que interpretan sus actos, sino que también está relacionada con actitudes que favorecen el abuso, como la justificación, la negación y la minimización del daño. Además, la distorsión cognitiva no solo representa un factor de riesgo para la comisión del delito, sino que también incide en la reincidencia. En un estudio con 66 personas condenadas por delitos sexuales, se observó que la mayoría tenía un bajo nivel educativo, eran solteros y el 70% no tenía hijos. Al igual que en investigaciones previas, no se identificó un rango de edad específico entre los agresores.
Asimismo, Sullivan y Sheehan (2016) identificaron factores formativos que pueden predisponer al abuso sexual, derivados de experiencias traumáticas en la infancia que modifican la percepción del mundo de estos individuos. Entre los factores más comunes se encuentran la exposición al acto sexual en la niñez, el aislamiento social, el abandono y la violencia física o emocional. Estas experiencias pueden afectar su capacidad para establecer y mantener relaciones sociales, llevándolos a evitar el contacto con los demás y a desarrollar patrones de consumo y abuso de sustancias.
A partir de las investigaciones mencionadas, es posible identificar diversas características que componen el perfil psicológico del abusador sexual. Lim et al. (2021) agrupan estos elementos en tres áreas principales: rasgos de personalidad, distorsión cognitiva, empatía e impulsividad. Estos factores, en conjunto, proporcionan un marco para comprender mejor la psicología de los agresores sexuales y los riesgos asociados a su comportamiento.
Conclusiones
El abuso sexual es una problemática a nivel mundial con grandes registros estadísticos que afecta principalmente a las niñas y adolescentes del sexo femenino. Este fenómeno se manifiesta como causante, o muchas veces precursor, de problemas que surgen durante la adolescencia o adultez. Además, tiene consecuencias psicológicas y físicas que varían de acuerdo al contexto, el impacto y el cómo se reinterpreta la experiencia traumática.
De acuerdo a investigaciones realizadas por distintos autores, no es posible determinar un perfil psicológico único para un abusador sexual; sin embargo, muchos de ellos presentan rasgos de personalidad similares, como la falta de remordimiento, ausencia de empatía, impulsividad y conductas antisociales. La distorsión cognitiva, que altera su percepción del delito, y la falta de tratamiento psicológico son factores que contribuyen a la reincidencia de estos actos delictivos.
Es crucial que no solo las víctimas, sino también los victimarios, busquen apoyo terapéutico para evitar la repetición de conductas que vulneren a los niños. La intervención temprana, el apoyo a las víctimas y la implementación de estrategias para identificar y tratar a los agresores son esenciales para abordar esta problemática de manera integral, de tal forma que se promueva la salud mental y el bienestar de todos los involucrados.
Referencias
Cashmore, J., & Shackel, R. (2014). Gender differences in the context and consequences of child sexual abuse. Current Issues in Criminal Justice, 26(1), 75–104. https://doi.org/10.1080/10345329.2014.12036008
Fondo de las Naciones Unidas para los Niños (2022). #QuitémonosLaVenda contra la violencia sexual. UNICEF Perú. https://www.unicef.org/peru/quitemonoslavenda#:~:text=La%20situaci%C3%B3n%20en%20Per%C3%BA&text=Entre%202017%20y%202022%20hubo,a%20ni%C3%B1os%20y%20adolescentes%20hombres
Glaser, D. (2015). Child sexual abuse. En Rutter’s Child and Adolescent Psychiatry (pp. 376–388). Wiley. https://doi.org/10.1002/9781118381953.ch30
Hornor, G. (2010). Child sexual abuse: Consequences and implications. Journal of Pediatric Health Care: Official Publication of National Association of Pediatric Nurse Associates & Practitioners, 24(6), 358–364. https://doi.org/10.1016/j.pedhc.2009.07.003
Irish, L., Kobayashi, I., & Delahanty, D. L. (2010). Long-term physical health consequences of childhood sexual abuse: A meta-analytic review. Journal of Pediatric Psychology, 35(5), 450–461. https://doi.org/10.1093/jpepsy/jsp118
Lim, Y. Y., Wahab, S., Kumar, J., Ibrahim, F., & Kamaluddin, M. R. (2021). Typologies and psychological profiles of child sexual abusers: An extensive review. Children (Basel, Switzerland), 8(5), 333. https://doi.org/10.3390/children8050333
Modelli, M. E. S., Galvão, M. F., & Pratesi, R. (2012). Child sexual abuse. Forensic Science International, 217(1–3), 1–4. https://doi.org/10.1016/j.forsciint.2011.08.006
Murray, L. K., Nguyen, A., & Cohen, J. A. (2014). Child sexual abuse. Child and Adolescent Psychiatric Clinics of North America, 23(2), 321–337. https://doi.org/10.1016/j.chc.2014.01.003
Sullivan, J., & Sheehan, V. (2016). What motivates sexual abusers of children? A qualitative examination of the Spiral of Sexual Abuse. Aggression and Violent Behavior, 30, 76–87. https://doi.org/10.1016/j.avb.2016.06.015
Yesuron, M. (2015). Perfil psicopatológico de delincuentes sexuales. Anuario de Investigaciones de la Facultad de Psicología, 2(1), 192–203. https://revistas.unc.edu.ar/index.php/aifp/article/view/13178